FAMOSOS

Desde que nacemos, la labor de nuestros padres en educarnos y enseñarnos sobre la vida viene dada por sus conocimientos ante el peligroso mundo al que llegamos. Pero jamás te preparan, a no ser que ellos vengan de ese mundillo, para la fama. Aquello que surge por pequeños actos que se reproducen en las pupilas de quienes observan tu talento, y que crece como la espuma hasta convertirse en viral, en lo que esta de moda, y entonces tú te conviertes en la moda, en el famoso. Mantenerse en la cresta de la ola cuesta, el equilibrio que debes de conseguir entre actitud y reinventarse, de captar a la masa, de seguir gustando, no cayendo en el olvido. Parece fácil, claro está que todo parece fácil cuando se observa de lejos, cuándo se juzga; pero todo se complica cuando eres tú quien debe realizarlo y ser juzgado.
Ahí está nuestro error, en que juzgamos, algo intrínseco en nosotros, y más a aquellas personas que se exponen ante la mirada ansiosa del publico, critico duro nato que no se le escapa el mínimo ápice de error.
Volviendo a mi argumento, nadie te prepara para la fama, no sabes como actuar ante tanta responsabilidad que cargas, no llegas a ser consciente del esfuerzo al que te sometes, dejando de lado tu propia vida, tu disfrute de ella, y centrándote en la fama, en el espectáculo. Sueltas el volante, al que tanto te has aferrado, con el que te has dirigido por los caminos que has decidido, para dejarlo en manos de cualquiera que entre en este coche, y es que la fama es eso, dejar las puertas abiertas de tu vida a cualquier intruso que desee llevarte y dirigirte. Debido a esto, lo que se necesita es sensatez, esos dos dedos de frente, para saber mandar aunque seas un copiloto, pero eres tu quien guías y quien se encarga de coger el camino.
¿Y a que viene todo este sermón si no creo que nadie famoso me vaya a leer? Pues porque el viernes pasado salí a Cuenca (para quien no lo sepa, es una discoteca de ambiente gay bastante bien por la zona de Plaza España en Madrid) y yendo a los baños con una amiga, estando dentro de uno de los retretes, abrimos la puerta para airear el diminuto cuarto, coincidimos con un famoso madrileño (No diré el nombre porque no me interesa ese cotilleo, sino la historia en sí) que entró con nosotros en el cuarto porque necesitaba urgentemente evacuar. Ahí me encontraba yo, en el mismo baño con mi amiga, el famoso y su amigo, y de repente mientras hablamos se saca una bolsa con droga y se la esnifa delante de mi cara. A continuación a este acto, vino una charla por parte suya de lo difícil que ha sido para él la fama y lo fácil que ha sido refugiarse en la droga para sobrellevarlo, pero que se enganchó de manera precipitosa y estuvo 9 meses en rehabilitación, y nos estuvo contando varias vivencias un tanto repugnantes de lo que llegaba a hacer bajo la influencia de esta.
Una vez superado la chocante primera impresión de la situación que viví, empecé a darme cuenta de que esta persona en sí no me transfería miedo o inseguridad, sino lo contrario, me dio lástima verle así, en la manera que me transmitía su experiencia.
Somos débiles, sencillos y básicos, rodeados de adornos y de un contexto que las personas de alrededor se encargan de moldear. Así es la fama, la presión de miles de personas moldeando tu persona, transformándote en ese ser que todo el mundo cree conocer, del que todo el mundo habla, juzga; pero que nadie llega realmente a comprender. Esa presión, es la que lucha día a día contigo, hasta que te vence, te destruye, desmoronándote, y tú, débil, y en tus peores momentos, necesitas agarrarte a algo para no caer ante el precipicio donde, abajo del todo, se encuentra la masa feroz  deseosa de engullirte. Y ahí aparece ese espíritu sin rostro, el único que te escucha,  te da consejos y te mantiene con vida. Obviamente, debido a tu estado de debilidad, confías en él de manera tan intensa que te olvidas de lo demás, de que no todos son espectadores, de que tienes a un público que lleva contigo desde mucho antes de tu fama, que de verdad si conoce a tu persona, y que no intenta moldear nada, al contrario, te sujeta frágilmente para no estropear nada de tu forma. Pero tú, ya estas consumido, solo ese espíritu te puede rodear, no deja que nadie más se acerque.
Y ya no hay un espíritu y tú, ahora se han fusionado, y no hay nada que les detenga, saltando por el precipicio, y cuya última imagen que se ve de ti en pantalla, eres tú, espíritu, desvaneciendo en la oscuridad.
Saludos.
-Marcos

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